En Columna de opinión Por Stefanía Vega
Una vez instalado el régimen nazi en la Alemania de los años 30, una de las primeras acciones fue quemar libros, no porque promovieran necesariamente otras ideologías fuera del nacional socialismo, sino simplemente por contener múltiples posibilidades de pensar y decir, posibilidades que por cierto, estaban fuera del régimen.
Posteriormente desde 1936 en adelante, el falangismo español haría lo propio con la quema de libros, durante años y en diferentes puntos. Mientras que en Chile, la quema de libros tuvo sus propias plazas en los distintos rincones del país inmediatamente derrocado el gobierno de Salvador Allende, bajo la doctrina del fusil.
De manera que cabe preguntarnos ¿Qué hay detrás de esta puesta en escena y representación? Sin duda para responder, deberíamos partir por decir que es mucho más que una puesta en escena, y que la quema de libros constituyó una suerte de signo lingüístico, en el que a fin de poner un elemento en lugar de otro, quemar libros fue la forma tangible de acabar con todo tipo de pensamiento que posibilitara cualquier diálogo con la larga historia, asimismo acabar con las tantas formas de abstracciones y navegar en un plano de la realidad sin dimensiones, aquel plano que en el caso de la Alemania de aquellos años, permitió la creación y fomento de uno de los dispositivos más eficaces hasta nuestros días, como fue el uso de la propaganda nazi a través de los medios de comunicación, que entre otras cosas posibilitó la legitimidad de un régimen sangriento y despiadado.
En distintos grados, lo antes dicho no es del todo alejado respecto a cómo se maneja la información en estos tiempos, donde nuevas tecnologías como Tik Tok o Instagram, en conjunto con el poder de la prensa de siempre, han posibilitado nuevamente la instalación de estos planos unidimensionales, carentes de contexto, cuyos discursos promovidos por lxs “Ministros de la Verdad”, como ironiza Orwel, controlan horizontes de sentido, sin la contrafuerza necesaria para el derrumbe de las reconocibles «Fake News» que se instalan pese a que sepamos que lo que se dice no es cierto, pero como dice el dicho de tanto llevar el cántaro al agua, termina cediendo.
De manera que nos encontramos en una situación donde el candidato de la extrema derecha, habla de libertad, de democracia y terrorísmo, con absoluto desparpajo, lo que nos lleva a preguntarnos ¿De cuál libertad habla, si en la práctica los territorios se ven prisioneros de un modelo mercantil, que ni siquiera permite que las aguas fluyan por sus cauces, con habitantes atrapados en salarios de miseria? ¿De qué democracia habla, si el derecho a la manifestación no sólo es criminalizado desde su perspectiva, sino que la promesa es la de gobernar bajo un Estado militar, donde las distintas ramas de las fuerzas armadas inunden las calles? ¿Quiénes son sus enemigos? ¿Si las policías dejaran de requerir de fiscales y jueces para su accionar, quienes los regularán?¿En qué plano quedan las históricas demandas de salud, educación, vivienda, sueldos y pensiones dignas? ¿Qué harán con nosotrxs una vez que la caldera no sólo hierva sino que ebulla, de un modo incontenible? ¿Cuántos ojos y vidas más estará dispuesto a arrebatar? ¿A cuántas humillaciones colonialistas más, se pretende seguir exponiendo a los pueblos originarios, donde basta ver cómo reaccionan frente a la Presidenta de la Convención Constitucional Elisa Loncon? ¿Cuántos crímenes de trans odio promoverán? ¿Si tanto divulga la libertad de enseñanza, porque pretende reinsertar la religión en las escuelas?
Estas son sólo unas escasas preguntas que surgen en medio de un millón de ellas y que dan cuenta de un universo lingüístico construido a medias tintas, pero completo de autoritarismo y aporofobia (miedo o rechazo a la pobreza y los pobres), donde en vez de restituir los distintos derechos sociales, se asegura seguir castigando las consecuencias que trae la eterna falta de acceso, mientras la corrupción se sanciona con burlescas clases de ética.
Tal vez, la otrora quema de libros revestida en los altos impuestos que hoy recae sobre ellos, ha sido su histórica forma de control, pero quiero creer que los recovecos de la memoria son más fuertes que su “cartel”.
Imagen: Edu Leblanc