Por Stefanía Vega
Es cierto que es bastante injusto preguntarse hacia dónde nos lleva la pandemia, cuando lo que estamos viendo es la resultante de una política sostenida y reforzada por más de 40 años.
Ya que si bien, la dictadura fue el momento que posibilitó un drástico giro en la matriz productiva, los largos años de concertación en adelante, y sin excepción, afianzaron las duras políticas neoliberales extractivistas, que hoy, continúan intentado profundizar, Covid mediante.
Y es que en estos días hemos visto de manera tangible los efectos que trajo a nuestras vidas, no sólo la transformación de nuestros derechos por bienes de consumo, si no que también las consecuencias que de ahora en más tiene el ser parte de una economía abierta, globalizada y liberal, convirtiendo al “milagro chileno” en un rápido y metódico país, que no dejó TLC sin firmar, que redujo drásticamente las economías campesinas locales, para favorecer la importación, que mercantilizó el agua, para favorecer al sector conservador histórico, pero por sobre todo a la generación enriquecida en los ´80, a punta de leyes tan truchas como injustas.
Lo cierto es que la manifestación de la crisis sanitaria, como consecuencia de una crisis ambiental, provocada en parte por las condiciones de temperatura -que como especie hemos acelerado- haciendo más fácil la transmisión de microorganismos, que hoy nos tiene lamentando pérdida de vidas e iniciando lo que que se proyecta como una severa crisis económica.
A la cual debemos adicionar, la severa crisis política que vivimos como sociedad desde hace tiempo, pero que instaló un estallido social, que devolvió las esperanzas y el debate político entre personas, conformó organizaciones barriales, reterritorializando a estos mismo barrios, activó a quienes se habían guardado en un largo silencio y con todo ello, demandó una asamblea constituyente.
Proceso que una vez más, entre oscuros acuerdos fue trampeado a fin de mantener el estado de las cosas, la mercantilización, la inequidad, la gobernanza corporativa, el fortalecimiento de la democracia delegativa y con ello la ficción del voto como ejercicio democrático.
En medio de la decisión, se instaló la pandemia, y la tangibilidad de esas realidades que (para muchos) se leía en los lienzos, y la salud, la precarización laboral y el hambre. Mientras los anuncios post mortem relevaron un bono de 12 mil millones, como póliza para las empresas que tan insistentemente pretenden instalarse en los territorios, de manera casi automática, sin control, sin participación, sin restricción. Porque según ese relato, ellxs constituyen la salvación.
Es bien sabido que en medio del túnel es difícil visualizar la salida, pero en este contexto de pandemia, de crisis ecológica, económica, política y social, debemos pensar que es lo que queremos como colectivo, cómo lograr frenar el avance extractivista, que a estas alturas se blinda cada vez más de un estado de control y vigilancia, con policías y militares. Con un confinamiento que lo amplifica aún más.
Pero que sin embargo, y pese a la obstinada estrategia gubernamental, estamos en un tiempo de cambio, las evidencias nos instan a pensar y pensarnos en lógicas diferentes, a reconectarnos con lo esencial, a valorar la diversidad social, a conservar la biodiversidad, a apoyar las economías de circuito corto, a exigir la necesaria restitución de derechos, y con ello a demandar una toma de decisiones vinculante respecto al destino de nuestros territorios, a fin de dar un giro al actual estado de las cosas.
*Imagen, Gustavo Poblete, 1999