Por Francisca Fernández Droguett
Nos duele lo acontecido en la elección de salida para aprobar o rechazar una Nueva Constitución, no porque depositáramos toda nuestra confianza en el proceso institucional para transformar este Chile neoliberal, sino porque muchos movimientos sociales y territorios pensábamos que nuestras reivindicaciones eran sentido común, y quizás sí lo sean, pero esto no se vio reflejado en los resultados.
La Nueva Constitución era una posibilidad de acercarnos hacia la dignidad anhelada consagrando derechos básicos para las personas, comunidades, animales y la Naturaleza, y pensábamos más bien en el desafío de profundizar las transformaciones ante un llamado oficialista a aprobar para reformar.
Son muchos los factores que influyeron en los resultados de la votación, desconfianza en el proceso, desinformación, miedo, conservadurismo, y también la asociación de la campaña del Apruebo con el Gobierno desde su plataforma de partidos políticos. Hay un voto de rechazo al gobierno actual, aunque nunca sabremos con claridad cuánto de esto influyó.
El voto obligatorio nos puso de frente ante un sector de la sociedad que desconocíamos en términos de sus tendencias no sólo políticas sino valóricas. Alguna vez muchas pensamos que quienes no votaban podían dar cuenta de una radicalidad respecto a su lectura de lo institucional, y hoy si bien existe un sector que posee esa mirada, los resultados nos acercan más bien a la desidia que a la radicalidad.
Como movimientos sociales nos debemos con urgencia la autocrítica. En lo personal siempre vi como un error la alianza de Movimientos Sociales Constituyentes con Apruebo x Chile, ya que era retornar a la lógica de prevalencia de la política partidista. La Revuelta nos trajo a la mesa la necesidad imperiosa de la autonomía, pero también fallamos ahí, no fuimos capaces de sostener nuestro propio relato e incidencia en el proceso.
Como Movimiento por el Agua y los Territorios, junto a otras organizaciones territoriales y socioambientales, conformamos el Comando por el Agua, fuera de los partidos, sin alianzas con el Gobierno, con el ímpetu de desprivatizar el agua y reconocer los derechos de los animales y la Naturaleza, con la claridad de que la superación del extractivismo implica construir economías territoriales solidarias y alternativas, desde la soberanía y la autodeterminación alimentaria y energética, y no sólo la disputa institucional, la cual asumimos.
Somos millones quienes queremos cambios, y miles quienes hemos construido hace años esos otros mundos posibles donde vivir y habitar en dignidad.
¿Dónde estaban esos ocho millones en las calles celebrando por el Rechazo? La mayoría en casa, y unas centenas celebrando, ese 1% que nos doblegan y que concentran el poder político y económico.
Creo importante enfatizar que esos ocho millones no son una fuerza política, dan cuenta de una tendencia pero no consolidan un proyecto de sociedad, por lo que no podemos tildarles de fascistas a todxs, sino más bien decir que la subjetividad neoliberal ha calado hondo, y que como pueblos nos enfrentamos a esa realidad compleja, llena de tensiones y contradicciones.
Quisiera también relevar la importancia de dos luchas, la de los tiempos y la antirracista.
Desde el Acuerdo por la Paz en noviembre de 2019 que los partidos de derecha hasta la centro-izquierda institucional nos impusieron sus tiempos, sus ritmos, y nos fuimos con ello desdibujando. La Revuelta nos recordó la importancia de respetar y resguardar nuestras propias temporalidades, que son más lentas que la maquinaria neoliberal, y que por lo mismo requieren de dar importancia al tejido, aunque sea lento, ya que esto será lo único que nos sostenga.
Uff, y qué decir del racismo imperante, donde una noción de plurinacionalidad estrecha, estatista, fue considerada como uno de los elementos más desestabilizadores, uno de los argumentos para rechazar. Aquí sí que nos queda mucho camino por andar, además de repensar la urgencia de una plurinacionalidad territorial desde la coexistencia, convivencia y apoyo mutuo entre pueblos y naciones, y exigir el fin de la militarización de Wallmapu.
Hoy nuestro llamado es seguir sosteniéndonos desde lo comunitario, desde el cariño, en la construcción de esos horizontes emancipatorios.
Sólo la comunidad, en sus diversas formas, nos permitirá vivir la dignidad, hacerla posible.
Ahora a respirar hondo, acuerparnos, conversar, reír, llorar, soñar, y a tomar impulso nuevamente, que vamos con todo (sino pa qué).
¡Arriba las, los y les que luchan!