Común ha sido escuchar que el COVID-19 afecta a todxs por igual, pues sin vacunas ni inmunidad colectiva en potencia cualquiera puede contagiarse y correr el riesgo de morir. Sin embargo, y a pesar de que podemos considerar, como Mbembe, que la actual pandemia ha democratizado el poder de muerte debido a que cualquiera puede ser portadorx y trasmisorx de la enfermedad siendo una responsabilidad colectiva detener su propagación -por medio del confinamiento y la cuarentena-, no deja de ser menos relevante el hecho de que si el virus tiene la capacidad de matarnos a todxs, la escala de riesgos es distribuida de forma desigual en la población (2).
La pandemia global vino a sonreír a la agenda represiva del gobierno y éstos no dudaron en tomarlo como agua en el desierto. Tras cinco meses de revuelta popular que se cumplían en marzo, la crisis sanitaria llevo a lxs protestantes ha detener las convocatorias masivas como forma de auto-cuidado llamando a una cuarentena autoconvocada frente a un gobierno que ha impulsado un discurso del terror al virus, a la vez, que ha buscado resguardar la actividad económica negandose a su paralización. En tal sentido, el estado se ha preocupado de pacificar la revuelta por medio del toque de queda y los militares en la calle, aunque sin poder contener la paralización parcial del trabajo -formal e informal-, con grandes consecuencias tanto para el crecimiento económico como en las condiciones de vida de la población.
En este contexto, la reactivación de la economía se ha trazado como el fin último a alcanzar a cualquier costo. Tanto la ley de protección del trabajo, que legitima despidos masivos realizados por grandes grupos económico transnacionales; como la ley humanitaria, que busca liberar a cientxs de presxs mayores de 75 años, incluyendo asesinxs y torturadores sentenciadxs por crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura cívico-militar de 1973-1990; y la ley de trabajo a distancia y teletrabajo, que establece el derecho a desconexión de lxs trabajadores por 12 horas, retrocediendo política y socialmente los derechos laborales ganados por la luchas sociales del siglo pasado, al sumar 4 horas a la jornada laboral -estipulada hace décadas en 8-, precarizando la vida de cientos, que desde el encierro ven aumentados sus niveles de explotación, estrés y presión psicológica al negarseles una desconexión real con su empleo. Todo lo anterior, son expresiones claras de las artimañas de la clase políticas y empresarial de siempre, intentos vulgares por ocultar sus verdaderos intereses: salvar la banca y proteger el capital en desmedro de la salud física y mental de los sectores más bajos de la sociedad.
La pandemia toca a todxs, países ricos o pobres, el COVID-19 ha llegado y matado a cientos o miles de personas. Sin embargo, su efecto es particularmente macabro en los países en donde dirige la clase patronal neoliberal que no está dispuesta a parar la economía por el virus, y que derechamente utiliza el necropoder a su provecho. En Nueva York la mayoría de los contagiadxs y muertos son negros y latinos, en Santiago es en las periferias en donde se descarta el uso de ventiladores mecánicos para lxs viejxs con la excusa de guardarlo para lxs jóvenes, y es en las favelas en Rio de Janeiro y Sao Paulo en donde el hacinamiento promete una rápida y mortal propagación que terminará llevandosé miles de vidas.
Es en este contexto donde cobra sentido el concepto de Necropolítica: el poder social y político para dictar cómo algunas personas pueden vivir y cómo algunas deben morir (4).
El virus es administrado por las elites en el poder, y si la automatización del trabajo y la era digital llevan al capital a necesitar menos manos de obra, qué mejor que el virus se lleve a lxs viejxs, que son vistos como cargas para el estado por no producir. Qué importa que se propague en las cárceles, en donde quienes no siguen la norma estan abandonadxs al capricho de lxs carcélerxs y los intereses de la carcel-empresa. Que mueran lxs viejxs, lxs indigentes, lxs pobres, lxs migrantes que de esos hay de sobra. Quienes no tienen valor productivo para el modelo neoliberal pueden ser descartadxs. Cabe preguntarse ahora: ¿Dónde quedó el compromiso con la vida humana que tanto les preocupaba? Los mismos cuerpos de siempre, las mismas razas, genéros y clases son enviadxs a exponerse a la muerte mientras el patrón pasa su cuarentena en su casa de verano.
Creemos tener conciencia de las dimensiones materiales que pueden alcanzar las prácticas capitalistas. Conocemos explicaciones teóricas que argumentan su legitimidad, presentándolas como la mejor -o única- forma que nos permite alcanzar el éxito, la felicidad, la libertad. Identificamos acontecimientos históricos que ejemplifican pertinazmente cómo se han ejecutado las peores perversiones humanas para proteger la acumulación de poder y de capital. Sin embargo, siempre nos cuesta digerir la impávida forma con la que vociferen una y otra vez, lo mucho que no les importa nuestras vidas. Siempre hay un punto en que los esfuerzos por disimular humanidad se derrumban y asoma el ideario que históricamente ha perpetuado su riqueza a costa de la vida de los demás.
En la actual coyuntura llama la atención cómo el poder de muerte, el necropoder, que vemos en toda su brutalidad en las fronteras coloniales -como Gaza o Juarez- ahora se destapa al interior de las grandes metrópolis, activando un estado policial cada vez más permanente y evidenciando lo poco que valen las vidas humanas cuando se trata de proteger las ganancias del empresario. Queda en evidencia que para lxs ricxs nuestros cuerpos son sólo mercancía, ocupada para alcanzar la máxima rentabilidad económica.
Los medios de comunicación auscultan la inoperancia crónica de los Estados para abordar la crisis, la torpeza con que las autoridades se dirigen a la población civil y la escasa capacidad para demostrar empatía hacia las personas afectadas, visibilizan la profunda raigambre de la vorágine capitalista en la cultura nacional chilena, a pesar de ser cada día más despiadada y evidente, naturalizando el alcance de su depredación, que hoy, se centra en la mercantilización de los procesos del morir (6).
Frente a este desfavorable escenario al que nos vemos enfrenados, invitamxs a fortalecer las redes de solidaridad y apoyo mutuo para enfrentar conjuntamente el aislamiento social impulsado desde arriba. Solo organizandonos entre nosotrxs podremos resistir y transformar la nueva normalidad impuesta, idear nueva formas de protesta y manifestación, consolidar y afiatar nuestras comunidades de lucha por la defensa de la vida y del ecosistema por sobre la economía y la avaricia de lxs poderosxs.
Abajo la industria de la muerte, huelga general por la vida ahora!
5 de mayo del 2020
Santiago, región chilena.
Fuente: Radio Kurruf