Trabajo científico simuló la pérdida de especies formadoras de hábitat en la zona centro-sur del país para calcular el impacto que esto tendría en las comunidades marinas y cómo podrían mejorar las políticas de conservación.
En la actualidad, existe un consenso en la comunidad científica internacional acerca de la pérdida de
biodiversidad existente en los océanos, por lo que muchas investigaciones analizan no solo los factores que generan esta disminución en los ecosistemas marinos, sino los parámetros por lo que deben establecerse zonas de protección para aquellas áreas.
Fue por ello que, un equipo de investigadores liderado por el Dr. Nelson Valdivia, del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) y director del Programa de Doctorado en Biología Marina de la Universidad Austral de Chile (UACh), analizó los parámetros para determinar la estabilidad de una comunidad marina.
El experimento se realizó en dos grandes zonas intermareales marinas, distribuidas en las regiones de
Coquimbo y Los Ríos, abarcando un total de mil kilómetros. Para analizar la estabilidad de estos ecosistemas marinos, los investigadores realizaron una simulación de perturbación, consistente en la extinción de la especie dominante en aquellas zonas.
Las especies seleccionadas para esta simulación fueron el alga roja Mazzaella laminarioides (conocida como luga cuchara), el chorito maico (Perumytilus purpuratus) y picorocos como Jehlius cirratus y Notochthamalus scabrosus, organismos que abundan en las costas del océano Pacífico.
El trabajo tuvo una duración de tres años, con mediciones periódicas cada tres meses, en donde se analizaron diferentes factores relacionados con la estabilidad de estas zonas tras la pérdida de sus especies claves, tales como resistencia, resiliencia, recuperación y variación temporal. “Con esta investigación queríamos averiguar si estos aspectos se relacionaban entre ellos, ya que eso permitiría, en materia de conservación, medir de mejor forma cómo se recupera la comunidad marina”, comenta el Dr. Valdivia.
Por una parte, el estudio determinó que es necesario medir varios parámetros de la estabilidad cuando se analiza la recuperación de un ecosistema. “Debemos tener una idea de que tan rápido se va a recuperar una comunidad perturbada, qué nivel de recuperación tendrá y qué tan variable va a ser este avance. Hay que medir estos factores por separado y no solo uno o dos como normalmente se hace”, explica el Dr. Valdivia.
Otra de las conclusiones de este trabajo tiene relación con la dimensión espacial de estas zonas. El estudio determinó que, mientras más grande es el área de recuperación, la comunidad afectada alcanzaba mejores niveles de estabilidad, aunque en un tiempo más prolongado. Mientras, los territorios más pequeños cambiaban en composición de especies más rápido después del impacto, pero no necesariamente volvían a su estado no perturbado.
“Para preservar mejor estos ecosistemas, lo ideal sería establecer zonas de protección que abarquen mayores áreas, en vez de tener muchos territorios dispersos de esta índole. Esto permitiría una mayor variación espacial en la composición de especies (conocida como diversidad beta), y aseguraría una mayor estabilidad”, concluye el investigador.
Los resultados de este estudio fueron publicados en las revistas científicas Frontiers in Marine Science y Oiko.